este contexto, Obregón se postuló para la presidencia con el apoyo de los militares revolucionarios. En 1919, el asesinato de Zapata planeado por unos aliados de Carranza agitó aún más el malestar. Carranza nombró a un candidato propio, dejando claro que no quería que Obregón ni ningún otro general revolucionario le sucediera. Firmado por 104 de los aliados de Obregón, en abril de 1920, el Plan de Agua Prieta desautorizó al gobierno de Carranza, provocando su derrocamiento en 1920 y marcando el inicio del gobierno de la Dinastía Sonora, grupo que dominaría México durante los siguientes quince años.
Durante la presidencia interina de Adolfo de la Huerta, México se enfrentó a retos bien conocidos junto con nuevas complicaciones. A pesar del apoyo público al gobierno de los sonorenses, los rebeldes persistieron, la producción de alimentos se estancó y la economía se mantuvo aletargada. Además, el gobierno de Estados Unidos negó el reconocimiento diplomático, utilizando los derechos de propiedad como moneda de cambio. Sin embargo, de la Huerta consiguió algo que Carranza no había logrado: un acuerdo con Pancho Villa y otros líderes rebeldes.
El posterior gobierno de Obregón (1920-1940) demostró flexibilidad y compromiso. Iniciando una modesta reforma agraria, Obregón pretendía apaciguar a las facciones agrarias al tiempo que mantenía firme su compromiso general con los terratenientes. Además, los acuerdos con la Santa Sede y la Unión Soviética, junto con el reconocimiento de Estados Unidos, logrado en 1923, fueron éxitos diplomáticos. Lo más notable es que Obregón patrocinó la educación pública rural con los cargos de disminuir el analfabetismo e imbuir a los campesinos de una conciencia nacional mexicana. Sin embargo, el gobierno de Obregón también utilizó la fuerza para consolidar su poder, reprimiendo a su